Que nuestra industria sea ejemplo de responsabilidad social

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Jesús Bartels. Sales Manager. LEO Pharma.

Que nuestra industria sea ejemplo de responsabilidad social

29/1/2024
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Llevo 16 años en la industria farmacéutica, probablemente el mejor sector en el que se puede trabajar hoy en día, y no solo por las típicas buenas condiciones laborales, sino porque considero que se encuentra una motivación en los trabajadores, o por lo menos yo tengo esa motivación, y es que siento que lo que hacemos tiene un impacto sobre la salud de la sociedad, de nuestros familiares y amigos.

Todos los laboratorios en los que he trabajado tienen un departamento de RSC con diferentes iniciativas y grandes presupuestos, y es que ahí se ve una voluntad real de invertir para ayudar a nuestra sociedad.

Durante mis años como empleado de Eli Lilly, me picó el bicho del voluntariado.

Lilly tenía un “día del voluntariado” en el que animaba a todos los empleados a hacer diversas tareas de voluntariado, utilizar nuestro tiempo de trabajo para dejar de ser productivos para la empresa y contribuir a ese impacto positivo en la sociedad. Ese fue mi punto de partida con el voluntariado, comencé con ONGs locales en distintos proyectos y finalmente me lancé (ya sin el salvavidas que supone el apoyo de ninguna empresa) a irme de voluntariado internacional a Etiopía, un país del llamado “tercer mundo”.

En este viaje he descubierto que la máquina del viaje al pasado y el regreso al futuro ya se ha inventado, y se llama avión. El 3 de agosto cogí un avión y recorrí aproximadamente 8000 km para recorrer la distancia que separa Madrid de Addis Abeba. Al llegar a lo que llamamos “el tercer mundo” me sorprendió que ese nombre realmente no define ninguna realidad. No es el tercer mundo que va detrás del segundo o del primero, se trata de otra era, un tiempo que aquí ya vivimos y que llamamos “edad media”. Al bajar del avión (la máquina del tiempo) retrocedes a un momento de la historia en el que las calles nunca se han asfaltado, el medio de transporte vuelve a ser el caballo y las mujeres están en casa cocinando para sus hombres; y por supuesto, un mundo en el que aún no se ha inventado la penicilina, la insulina ni hablemos de los CAR-T. En este país no hay infraestructura sanitaria, no hay apenas industria farmacéutica y la población no tiene nociones básicas sobre medicina o farmacia, es decir, he podido comprobar en primera persona lo que supone que “no existamos” en una sociedad. Y he de decir que no hay mayor necesidad que la salud, sobre todo cuando se carece de ella. Lo hemos escuchado muchas veces, pero yo lo he visto de verdad. Mujeres que mueren tras el parto por una simple infección. Niños que mueren tras una mala caída o un corte, fácilmente tratable en cualquier cuidad de nuestro país.

Siempre me había preguntado cómo pudieron sobrevivir mis compañeros “homo sapiens sapiens” que vivían en la Edad Media bajo las calamidades de la época, y en este viaje a esa era lo he descubierto en primera persona. Resulta que pudiendo respirar y comer todo lo demás es un lujo. Que en realidad en el futuro del 2023 del que vengo, nos hemos acomodado a millones de cosas que (por supuesto) sí necesitamos, pero que no son imprescindibles para la vida, aunque a veces sí pueden determinar que puedas seguir viviendo o no.

Durante los primeros días en mi experiencia en Holeta llegó la frustración. Frustración porque te haces consciente de que hagas lo que hagas el problema va a seguir aquí. El problema es de una dimensión tan grande que ya podrían venir todos los voluntarios del mundo a ayudar, que este país seguiría sumido en la miseria y sus habitantes seguirán en la máxima pobreza.

Pero aún con toda esa frustración me puse a trabajar. Concretamente, durante mis primeras semanas de trabajo, montamos un hospital de campaña (de campaña porque era una lona y cuatro mesas) y junto con dos enfermeras y una estudiante de medicina y muchísima motivación, empezamos a atender a personas que venían pidiendo ayuda con diferentes quejas, dolencias y enfermedades, unas más graves y otras leves que se podían tratar con los medios que teníamos en ese momento (que no era más que algunas medicinas traídas desde España y material básico de enfermería).

En ese hospital improvisado, vivimos todas las emociones. Desde la alegría y euforia de tratar a algún niño al que se le salvó la vida con medicina muy básica, hasta la pena y decepción de tener que decir a muchos pacientes que su única solución pasa por ir al hospital más cercano o que su vida está comprometida. El hospital más cercano estaba a dos horas en coche y el coste era inasumible por la mayoría de los pacientes por lo que sabíamos cuál iba a ser la consecuencia final.

Aún así, esas semanas en el hospital improvisado han sido de lo más enriquecedor de mi vida, hemos visto el impacto de poder ayudar a gente que no tenía absolutamente nada, que vivía y venía a vernos sin ninguna esperanza, con la resignación de soportar su enfermedad y dolores hasta la muerte. Y de nuevo mi conclusión fue la misma: benditas medicinas que trajimos desde España. No somos conscientes de la innovación que hay en esas medicinas, de la diferencia que puede suponer disponer de estas medicinas, la vida o la muerte, malvivir o revivir. Lo hemos oído muchas veces, pero hasta que no lo ves frente a tus narices, no se entiende el impacto real.

Aprendí a gestionar la frustración, porque aprendí que yo no puedo cambiar el mundo, pero sí puedo cambiar el pequeño mundo de las personas que me rodean y a las que he ayudado. Y creo que esa es la esencia de nuestra industria. No podemos estar en todos los países, ni siquiera muchas veces en todos los hospitales incluso de los países ricos. Pero allá donde estamos generamos ese impacto positivo en los pacientes a los que ayudamos. Y nuestro objetivo es llegar a más y más.

Dicen que África enamora. No es verdad. África es un sitio duro, pobre, sin normas, sin organización ni ley, un lugar que ya fue hace muchos siglos pero que todavía no ha aprendido a avanzar. Pero los africanos son otra cosa, son puro AMOR. Un amor que hacía mucho que no sentía, un amor que no sabía que necesitaba tanto, y que me ha llenado y me ha hecho sentir feliz. Y sentir que a estas personas a las que he ayudado un poquito me han ayudado mucho más a mi. Estos pacientes agradecen de verdad, porque son conscientes de lo que estamos haciendo por ellos. No asumen nada, no esperan nada. Agradecen lo poco que les está llegando. Tal vez ese sea el gran error de nuestro sistema en España, que se nos ha olvidado agradecer lo que tenemos y que se nos ha olvidado lo afortunados que somos por tener todo lo que sí tenemos.

Con un nudo en la garganta y algunas lágrimas en los ojos. Así es como me marché de esta pequeña aventura africana de unas semanas de duración y que espero que tenga un “to be continued…”

Desde que volví a España sigue habiendo un vínculo con Holeta. Afortunadamente, personas con muy buen corazón están consiguiendo empezar a construir el primer hospital de la ciudad. Y al formar parte de la industria farmacéutica me veo en la responsabilidad de intentar ayudarles a encontrar financiación. Porque sé que en nuestras empresas hay recursos disponibles, pero sobre todo porque se que hay personas que de verdad van a querer ayudar. Por tanto, hago un llamamiento para que cualquier empresa que quiera colaborar en el proyecto se ponga en contacto conmigo y veamos alguna forma de colaborar.

Muchas gracias.

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